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(Sección especialmente dedicada para el Grupo ALMAS APOSTÓLICAS)
a) LA
VIDA INTERIOR ABROQUELA EL ALMA CONTRA LOS PELIGROS DEL MINISTERIO EXTERIOR
Difficilius est bene conversari cum cura animarum propter exteriora pericula
. Hemos hablado de este peligro en el capítulo anterior.
Mientras que el obrero evangélico que no tiene vida interior ignora los peligros
que las obras llevan consigo, parecido al viajero inerme que atraviesa un bosque
lleno de bandidos, el verdadero apóstol lo teme, y todos los días se arma
de precauciones para evitarlos, por medio de un escrupuloso examen de conciencia
que le descubre su flaco.
Aunque la vida interior no tuviese otra ventaja que la de hacerse cargo
de los peligros, contribuiría a librarnos de las sorpresas del camino, porque
peligro previsto es peligro medio evitado; pero su utilidad es bastante mayor.
Es la armadura del hombre de obras. Induite armaturam Dei, ut possitis stare
adversus insidias diaboli , con la cual el hombre no sólo resiste a las
tentaciones, y evita las asechanzas del demonio: Ut possitis resistere in
die malo, sino que santifica todos sus actos: Et in omnibus perfecti
stare.
Le ciñe de la pureza de intención, con la cual concentra en Dios sus
pensamientos, deseos y afecciones, y le impide extraviarse tras las comodidades,
placeres y distracciones: Succinti lumbos vestros in veritate.
Le reviste de la coraza de la caridad, que le da un corazón viril y le defiende
de las seducciones de las criaturas, del espíritu del siglo, y de los asaltos
del demonio: Induite loricam justitiae.
Le calza con la discreción y la modestia, para que en todos sus pasos
sepa armonizar la sencillez de la paloma y la prudencia de la serpiente:
Calceati pedes in praeparatione Evangelii.
Si Satanás y el mundo intentan inducirle a error con sofismas y falsas
doctrinas, o enervar sus energías en el cebo de máximas de relajación, la vida
interior les opone el escudo de la fe, que hace brillar a los ojos del
alma el esplendor del divino ideal: In omnibus sumentes scutum fidei in quo
positis omnia tela nequissimi ignea extinguere.
El conocimiento de su nada, la solicitud por su salvación, la convicción de la
propia y absoluta inutilidad sin el socorro de la gracia, y como consecuencia la
oración instante y frecuente, tanto más eficaz cuanto más confiada, son para el
alma un casco o yelmo de bronce, contra el cual se estrellan los golpes de la
soberbia: Galeam salutis assumite.
Así, armado de pies a cabeza, el apóstol puede lanzarse a las obras sin temor, y
su celo, inflamado en la meditación del Evangelio y robustecido con el Pan
eucarístico, es la espada, con la cual lucha contra los enemigos de su alma y
conquista una multitud de almas para Cristo: Gladium spiritus quod est verbum
Dei.
(De "El alma de todo apostolado", Dom Chautard)
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