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Roma, 21 de enero de 1978
Fiesta de Santa Inés
Ayudadme, Hijos.
“Hijos predilectos, cada día que pasa aumenta vuestro número. Mi acción en favor de la renovación de la Iglesia y de la salvación del mundo se hace más fuerte y evidente.
Nunca como en estos momentos, ha temblado tan angustiada vuestra Madre celestial. Me acerco al corazón de mis hijos predilectos y pido a cada uno de ellos, con maternal insistencia, que me ayude.
Ayudadme, oh hijos. La Madre tiene necesidad ahora de vuestra ayuda. ¿No os dais cuenta de cómo os llamo, os reúno, os imploro por todas partes?
Os imploro con señales cada vez más numerosas, cada vez más llamativas: mis lágrimas, mis apariciones, mis mensajes.
No puedo sostener ya por más tiempo este mundo que se precipita hacia el fondo del abismo. Y éste es su mayor castigo, porque si llega a tocar fondo, el mundo se autodestruirá.
Se destruirá y consumirá, en efecto, por el fuego del egoísmo desenfrenado, por el odio que enfrentará a unos contra otros. El hermano matará a su hermano; un pueblo destruirá a otro en una guerra de inaudita violencia, que causará innumerables víctimas. La sangre correrá por todas partes.
Ayudadme, hijos míos predilectos, a impedir que este mundo caiga en el abismo. Ayudadme para que pueda aún salvar a tantos pobres hijos míos que andan perdidos. Con vuestras pequeñas manos dad fuerza a las manos misericordiosas de vuestra Madre celestial. Por ello os pido que respondáis todos a mi angustioso llamamiento.
Cada nuevo Sacerdote que llega a mi Corazón Inmaculado aporta nueva fuerza a vuestra Madre para conduciros a todos a la salvación. Por eso vuestra única preocupación sea solamente responder siempre “sí” a cuanto os pido.
Cuanto más necesaria sea para vosotros mi intervención extraordinaria, os pediré cosas cada vez mayores.”
2 de febrero de 1978
Presentación del Niño Jesús en el Templo
Seréis inmolados en el Templo.
“Os llevo en mis brazos, hijos predilectos; y vosotros sólo debéis dejaros llevar por Mí. Por ello os pido que os hagáis como niños. Sois mis niños más pequeños.
He aquí la medida de vuestra pequeñez: la de Jesús que, a los cuarenta días de su nacimiento, es llevado al Templo en los brazos de su Madre.
Sus ojos están fijos en los míos y se siente tranquilo. No ve otra cosa y duerme arrullado en mi Corazón, mientras que mi alegría se acrecienta al dar al Niño paz, reposo, amor.
Hijos predilectos, dejaos llevar también en mis brazos. Así seréis mi perfecta alegría. Sólo así, además, podéis sentiros seguros. Entonces, en el hielo que cada vez más lo congela todo; sentid el calor de mi afecto materno; en la inseguridad que, se apodera ya de todo, sentid la seguridad que os ofrecen mis brazos; en medio de la oscuridad que se hace cada vez más profunda, he aquí mi Luz para vosotros.
Fijad vuestra mirada en mis ojos. Dios os da la luz por medio de vuestra Madre. Os llevo en mis brazos al Templo de Dios; a vosotros, ministros del Señor y guardianes de su Templo.
Es un Templo que hoy está profanado y que da la impresión de estar a punto de derrumbarse.
Las columnas de la Verdad parecen estar resquebrajadas, y ¡cuántos Pastores son víctimas de los más graves errores!
Todo está contaminado por el pecado que querría recubrir también el Altar. Los sacrilegios van en aumento y la copa de la Justicia divina está ya colmada.
Seréis inmolados en el Templo. La sangre puede limpiar aún toda mancha; y con ella se purificará mi Iglesia. Por esto vuestra Madre está a vuestro lado.
Dejaos llevar por Mí con total abandono. No miréis en torno a vosotros, no busquéis otros refugios ni otras defensas. Todo está a punto de cumplirse para cada uno de vosotros en mi Corazón Inmaculado.”
10 de febrero de 1978
Sólo entonces se comprenderá.
“¡Cuánto te agradezco que hayas venido, en peregrinación de amor y de oración, a mi célebre Santuario donde has iniciado los encuentros con mis hijos predilectos de Sicilia! Has venido para consolar al Corazón Dolorido de tu Madre Inmaculada.
He acogido tu dádiva de amor y la he puesto en torno a mi Corazón, como espléndida corona que me estás formando con los Sacerdotes, que estás congregando en todo el mundo. Gracias por la alegría que me das.
Has recibido también una señal. He aquí su significado: Ahora la Luz se está extinguiendo en todas partes. Aquellos a quienes he llamado se están refugiando en mi Corazón Inmaculado. Aquí está el lugar donde podréis todavía ver; aquí está el refugio donde podréis recogeros; aquí, el camino que os conducirá a Dios.
Las tinieblas descenderán sobre la Iglesia y se harán aún más densas, después que tu Madre celestial haya acogido el alma de su primer hijo predilecto, el Papa Pablo VI, que está a punto de consumar su supremo sacrificio sobre la Cruz.
Mientras viva, en virtud de su doloroso martirio, podré detener todavía el brazo de la Justicia de Dios. Pero después de su muerte todo se precipitará.
La Iglesia se verá como sumergida en el error, que será acogido y propagado y así llegará al culmen la apostasía que ya se está extendiendo como una mancha de aceite.
Serán heridos los Pastores y el rebaño a ellos confiado; y, por un momento, el Señor permitirá que la Iglesia parezca como abandonada por Él.
Las tinieblas se harán más densas sobre el mundo, que alcanzará así el máximo de su perversión.
Cuanto más se pervierta, tanto más avanzará con obstinación por el camino de la rebelión contra Dios, de la idolatría, de la blasfemia y de la impiedad.
Y así, por sí mismo, se atraerá cuanto ha decretado la Justicia divina para su total purificación a través de las tinieblas, del fuego y de la sangre.
Será el momento de los mártires que, en gran número, derramarán su sangre y de los sobrevivientes, que envidiarán a los perseguidos y asesinados.
Sólo entonces se comprenderá todo lo que he hecho por vosotros.”
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