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Actualizado el lunes 28/MAR/11
Para comprender mejor la vida de unión entre la Santísima Virgen y nosotros, la hemos comparado a las relaciones mutuas que los ángeles y bienaventurados tienen entre sí en el cielo. Pero sobre todo debemos cotejarla con la «permanencia» de Cristo en nosotros y de nosotros en Cristo, de que El nos ha hablado repetidas veces y dicho cosas maravillosas y conmovedoras.
Ante todo una observación. Se trata aquí de nuestra unión a Cristo en cuanto Hombre, ya que en la alegoría de la vid de que hablaremos más lejos, El se distingue netamente del Padre, es decir, su Humanidad de su Divinidad, puesto que dice: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador». La misma observación vale, evidentemente, para los demás textos que vienen a continuación.
Jesús habló por primera vez de esta unión al anunciar el misterio de la Sagrada Eucaristía, de la sagrada Comunión, que es como una fusión de un tipo especial con Cristo, pero que tiene por efecto una unión estable y permanente: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, en Mí mora y Yo en él». El mismo indica cuál es el fundamento y la razón de ser de esta unión, a saber, una influencia constante que El ejerce sobre nosotros y por la cual nos comunica e infunde incesantemente la vida de la gracia: «Así como Yo vivo por el Padre, así también quien me come vivirá por Mí». Por lo tanto, estamos en El y El en nosotros, porque vivimos de El y por El, y El nos comunica la vida de la gracia por un influjo constante de su santa Humanidad sobre nosotros. Es, pues, una unión espiritual muy profunda y estrecha. Este es el lazo principal que nos une a El.
Jesús vuelve sobre esta unión maravillosa entre El y nosotros especialmente en su discurso de despedida a los apóstoles en la última Cena, discurso en el que recopiló y condensó todo lo que su doctrina tiene de más hermoso, de más conmovedor, de más elevado. El Espíritu Santo es quien, al descender sobre ellos, les hará comprender estas magníficas verdades: «En ese día comprenderéis que Yo estoy en mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros». Es evidente que esta unión se realiza por la gracia santificante, que Cristo les comunica y que los hace semejantes a Aquel que posee en sí mismo la plenitud de la Divinidad: «Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como Nosotros somos uno: Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad».
Viene luego esta espléndida alegoría, tal vez la más bella que jamás haya sido propuesta: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos». Estos sarmientos están unidos a la vid, y la vid sostiene a los sarmientos. Unión estrecha, íntima, profunda, sí, verdadera unidad de la cepa y de las ramas. Las ramas viven del tronco y le están unidas mientras absorben la savia vivificante de la cepa y se alimentan de ella; pero apenas dejan de absorber estos jugos vitales, dejan de pertenecer a la cepa, se secan, caen o son cortados, y se los echa al fuego. Esta es la alegoría de la unión de Cristo con los suyos. La permanencia de Cristo en nosotros y de nosotros en Cristo vuelve cinco o seis veces en esta alegoría: «Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí… El que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto… Si alguno no permanece en Mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca… Si permanecéis en Mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis». Y la apremiante y tan dulce exhortación: «¡Permaneced en Mí, como Yo en vosotros!».
San Pablo, bajo la inspiración del Espíritu de Dios, dará vida a otra imagen de esta sublime verdad en el pensamiento y en el corazón de los cristianos: Cristo es la Cabeza, y nosotros sus miembros; El y nosotros estamos unidos estrecha y vitalmente en la unidad del Cuerpo místico. La Cabeza forma una sola cosa con los miembros, y los miembros con la Cabeza, por todo el tiempo en que los miembros reciben la influencia vivificante de la Cabeza. Cuando esta influencia se detiene, o cuando ya no es recibida o captada, la sangre se paraliza, la vida se para, el miembro se corrompe, cae y se separa. Se nos sigue proponiendo la misma verdad, pero bajo otra forma: somos uno con Cristo por la influencia vivificante e incesante que El ejerce sobre nosotros.
«
La Santísima Virgen es el Cuello del Cuerpo místico de Cristo, por el que se transmiten las influencias vivificantes de la Cabeza a los miembros, y al que los miembros están estrechamente unidos… Igualmente, la Santísima Virgen es como el Nudo vital de la Vid, que une la Cepa a los Sarmientos, y a través del cual la savia del Tronco es dirigida y canalizada hacia los diferentes Sarmientos. Nuestra unión a la Santísima Virgen, Madre de la vida, Comunicadora de todas las gracias, es de la misma naturaleza que la que nos une con Cristo. De la misma naturaleza y del mismo tipo no quiere decir, evidentemente, del mismo grado e intensidad, porque Cristo es causa incomparablemente más poderosa, y origen más eficaz de la gracia en nosotros.
Y por eso podemos poner en labios de Nuestra Señora la mayoría de las palabras de Cristo sobre este punto. Estas palabras hemos de escucharlas muy atentamente, y meditarlas con fervor.
«Así como Jesús vive por el Padre, así también yo vivo por Cristo, y vosotros por mí… Ojalá reconocierais hoy que yo estoy en Cristo, y vosotros en mí, y yo en vosotros… Vosotros no podéis llevar fruto si no permanecéis en mí, como yo misma estoy en Cristo, y Cristo en el Padre. Quien permanece en mí y yo en él, lleva fruto abundante. Así como yo vivo por Cristo, así yo os doy la vida y vosotros viviréis por mí… Que todos sean uno, como Tú, Jesús, en mí y yo en ellos».
Luego viene la gran exhortación que encierra todo lo que tenemos que decir sobre la unión de la Santísima Virgen con nosotros: «Permaneced en mí y yo en vosotros».
«Permaneced en mí por la gracia santificante, que es el lazo vivo que os une conmigo. Permaneced en mí por una caridad creciente, que es la fuerza y el poder misterioso que os lleva hacia mí, y a mí hacia vosotros. Permaneced en mí sometiéndoos cada vez más total y dócilmente a mi influencia de gracia. Permaneced en mí por medio de un pensamiento frecuente, un recuerdo constante, una mirada continua de alma puesta en mí».
De este modo nuestra vida será un anticipo delicioso de la dulcísima unión que en Dios saborearemos con Ella por toda la eternidad.
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