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Actualizado el sábado 2/ABR/11

Ejemplos de la protección del Escapulario

Ejemplo 75.

 

Corrían los turbulentos días del mes de septiembre de 1957, en el que los frescos vientos del sur convierten el golfo de Urabá (Colombia), en un verdadero rincón del diablo, como lo llaman los veteranos marinos del lugar.

Veníamos –cuenta el misionero- de la larga jornada en la pequeña lancha misional, cuando nos sobrevino una gran tormenta.

El indio acompañante y yo, con todo el corazón, pedimos a la Stma. Virgen del Carmen nos protegiera en aquella hora aciaga. Me parece que estoy todavía viendo al pobre indiecito, temblando de miedo, decir, con voz entrecortada, estas bellas palabras que jamás olvidaré:

“¡Madre mía del Carmen, sálvanos, líbranos, Madre querida!”

En su pecho moreno flotaba airosa la hermosa librea de salvación: el santo Escapulario.

Huíamos en retirada, dejando atrás el monstruoso enemigo con ansias de lanzarnos a los profundos abismos.

¡Aquellas olas parecían montañas! Y nosotros navegábamos plácidamente en aguas tranquilas como por encanto. Digo yo, ¿quién nos protegió en aquel terrible peligro? ¡No hay duda de que fue la Reina de los mares, la Virgen del Carmen!

Esta Madre amorosa nos cubrió con su manto hasta que llegamos al puertecito de Titumate sin novedad. Aquí dormimos a bordo tranquilamente, y con el alba emprendimos el viaje de regreso, disfrutando de una mar tranquila y de bellísimo cielo sin nubes.

 

Ejemplo 76.

 

El diario “ABC”, del 22 de abril de 1928 refería la siguiente noticia: “Pontevedra, 23. 2 tarde. El vapor pesquero Amancia, propiedad de Luciano Soto, estalló la caldera cuando se hallaba entregado a las faenas de pesca en la ría de Marín, cerca de la isla de Sálvora.

El vapor se hundió rápidamente, y los tripulantes, heridos y maltrechos, sostuvieron, durante dos horas, una rudísima lucha con el mar, logrando salvarse algunos de ellos.

Los supervivientes fueron salvados por el pesquero “Río Ebro”, que los condujo a Marín, siendo auxiliados y atendidos en las salas de socorro del Polígono Naval.

Uno de los heridos, Laureano Vilariño, refirió a todos los presentes que no sabía nadar y que se salvó luchando tres cuartos de hora con las olas, gracias a sus invocaciones a la Santísima Virgen del Carmen y el salvavidas milagroso de su bendito Escapulario, que con gran fe llevó desde muy niño. No se cansaba de alabar a María y se encarecer a todos que se adornasen con tan bendita librea para merecer siempre su protección y su salvación a la hora de la muerte”.

 

Ejemplo 77.

 

En “La Hormiga de Oro” correspondiente al 16 de julio de 1887, contaba el popular escritor barcelonés don Francisco de Paula Capella el siguiente hecho:

Hace treinta años presenció Barcelona un espectáculo conmovedor. Era el 16 de julio, festividad de Nuestra Señora del Carmen, y en las Ramblas y llano de la Boquería se veía a un grupo que iba engrosando por momentos. Los hombres estaban llenos de admiración, y las mujeres lloraban enternecidas.

Un hombre de mediana edad, tostado por el sol de los trópicos, vestido de un hábito burdo, , ceñido con una cuerda y atada al cuello una larga cadena que le arrastraba por el suelo, andaba a gatas, y desde el barrio marítimo de Barcelona se dirigía de aquella suerte al templo de Nuestra Señora de Belén.

La fatiga que esto ocasionaba al penitente era indecible. Sus rodillas se habían desollado a causa de la distancia, y las gotas de sangre que marcaban el empedrado eran las huellas que dejara a su paso. El peso de las cadenas, lo violento de su posición y el sol canicular que caía sobre su cabeza, le hacían sudar a mares y ocasionaban un resuello fatigoso, moviendo los ánimos a  la compasión.

Llegado frente al altar de la Virgen del Carmen, besó tres veces el suelo, se incorporó sobre sus rodillas y, poniendo los brazos en cruz, según se lo permitía la fatiga, exclamó sollozando:

– ¡Gracias, Madre mía!, ¡gracias Virgen del Carmen! No en vano invoqué vuestro auxilio en deshecha tempestad. Nuestro buque iba a sumergirse en el airado Océano.

Íbamos a morir sin remedio, y el recuerdo de mis pobres hijos y de mi desgraciada esposa me hacía llorar. En medio de la desesperación de mis compañeros, recordé las oraciones de mi madre y de mi esposa. Tomé el Escapulario que mi esposa me puso el día de nuestra despedida; le estampé un beso de ternura, y volviéndome hacia el cielo cubierto de nubes y cruzado por el rayo, entre la voz tremenda del trueno y el bramido de las olas que iban a tragarnos, flotando de rodillas, grité:

– “¡Virgen del Carmen, sálvanos, que perecemos! Tened piedad de nuestras esposas y de nuestros inocentes hijos. Hago voto, si nos libras de la muerte, de visitaros en vuestra capilla del Carmelo, en el templo de Belén, Barcelona, arrastrándome por el suelo con una cadena al cuello”.

La Virgen escuchó mi voto; calmóse al instante la tempestad, y el arco iris brilló en el firmamento. “Allí os vi a Vos, Madre mía, como en trono de mil colores, con vuestro manto blanco y vuestro hábito pardo del Carmelo”.

Así dijo en medio de la conmoción de todos los circunstantes, y empezóse un oficio solemne en honor de la Virgen del Carmen.

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